Disculpen el título, pero tenía que escribirlo. Después de muchos años dedicado a la docencia, en los que he disfrutado tanto como siempre imaginé que podría hacerlo en esta profesión, me toca vivir ahora uno de los momentos más complicados de mi carrera, y conste que he pasado por situaciones que pocos creerían que pueden darse en una escuela.
No se trata de soportar los habituales comentarios despectivos de quienes ignoran qué es ser maestro, de aguantar las insidias de quienes me consideran un vago, o de sufrir a quienes aplauden cada vez que me recortan el sueldo. Tampoco de callar y resignarme ante quienes consideran que mi tarea carece de importancia, que cualquiera podría hacerla sin esfuerzo, y que en ningún caso merezco el respeto que reclamo. Ahora se trata de ver cómo me sobrepongo al mayor y más injustificado ataque que jamás haya efectuado un gobierno contra mi dignidad personal y profesional como docente, así como contra el legítimo derecho de mis alumnos a educarse en las mejores condiciones.
Soy un puto funcionario de la Comunidad Valenciana, así me hacen sentir mis jefes, que me roban el sueldo, limitan mis derechos laborales y sociales, y degradan hasta lo inadmisible mis condiciones de trabajo. Pero esta panda de políticos inútiles, ineptos, que ha derrochado a manos llenas, ha malversado el dinero de todos, y se ha enriquecido a nuestra costa hasta llevarnos a la bancarrota, no solo saquea mi bolsillo y arruina mi trabajo, sino que con sus medidas sectarias me quita parte de la ilusión con la que cada día, desde hace muchos años, he entrado feliz a mi clase a cumplir con mi faena. Son tantos golpes bajos, tantos incumplimientos, tan grande el abandono al que se nos somete, y tan extraordinario el empeño que pone este hatajo de necios en hundir la educación de un pueblo, que resulta difícil aguantar por más tiempo tanta humillación y desatino.
Hoy he vuelto al aula. He evitado comportarme de modo que mis alumnos se sintieran responsables de la estupidez de otros, de la poca vergüenza de un gobierno insensible, incompetente, para el que ni ellos ni yo contamos demasiado. Pero no estoy seguro de haberlo conseguido. Me siento ninguneado, abusado, cansado y engañado. No sé cómo ocultarlo.
Juan Pedro Serrano
Publicado en iessecundaria
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