jueves, 26 de abril de 2012

¿Realmente es que somos imbéciles?

Una de las medidas de recorte económico en el sistema educativo, entre otras, es la de aumentar el número de alumnos que compartirán el espacio de un aula. La ecuación es sencilla: a más alumnos por grupo de clase, menos grupos, a menos grupos menos profesores, y a menos profesores… reducción del gasto.

Desde un punto de vista económico la lógica es aplastante: el servicio se sigue realizando pero significativamente abaratado: a eso se le llama eficiencia en la reducción del gasto. Es cierto que otra cosa es el tema de la calidad del servicio, lo que en este caso definiríamos como la calidad de la enseñanza. ¿Se vería afectada, en alguna medida, la calidad de la enseñanza y de la vida en las aulas por la circunstancia de que se aumente un 20% la ratio de niños y niñas de una clase?

Para el señor ministro de Educación, Cultura y Deportes, Jose Ignacio Wert, el aumento de niños en un aula también sirve para alcanzar el objetivo de que los niños se relacionen y socialicen, con lo cual, lo que en principio podía ser mal interpretada como una medida de ajuste puro y duro –de eficiencia en la reducción del gasto- en realidad no es tal, o al menos, no es sólo tal, sino que su verdadera grandeza política parece consistir en que, aumentar el número de alumnos por grupo, deriva en unas mejores condiciones sociales para optimizar el desarrollo integral de de esos niños y niñas que comparten una clase.

Claro, que no todas las aulas y grupos de clase son iguales… si yo me imagino un aula en un colegio que por sus condiciones y circunstancias recibe a niños y niñas de clase media alta o alta, allí donde el ordenador que dispone cada niño o niña en su casa es mejor incluso que el que puede utilizar en el aula, allí donde no hay graves problemas de integración de inmigrantes, o donde el servicio de apoyo a las escasas necesidades educativas especiales se permite tratamientos y seguimientos individualizados, allí donde lo normal es continuar estudios después de la educación obligatoria… pues lo cierto es que pasar de 23 o 25 alumnos a 30 o 32 probablemente el único efecto que tenga es el de aumentar el trabajo y la atención del profesor, efecto tangencial éste que fácilmente podría soslayarse argumentando que los maestros trabajan poco y que lo que tienen que hacer es trabajar más.

 Ahora bien, si me imagino una escuela, una escuela pública pongamos por caso, que recibe a los niños y niñas del barrio o del pueblo donde se encuentra ubicada, allí donde es probable que en un mismo grupo de, por ejemplo, veintitrés alumnos de segundo de primaria, podamos identificar a un par de niños con necesidades educativas especiales, otros tres con problemas de integración debido a la falta de dominio del idioma y cultura de referencia, una niña hiperactiva y un niño con una falta manifiesta de atención a su higiene por parte de su familia… No sé, si me imagino ese grupo de clase, allí donde la maestra trata de poner en juego toda su competencia profesional para establecer las mejores condiciones que permitan el desarrollo integral de los niños y niñas de su clase, un día tras otro trabajando desde la diversidad… el argumento del señor Ministro en referencia a que el aumento de alumnos en un aula sirve para que los niños se relacionen y socialicen, me resulta tan imbécil o falto de razón que en realidad no sé si me molesta más la falta de razón del propio argumento o que el señor ministro, al utilizarlo, llegara a pensar que los que lo escuchamos somos igualmente imbéciles.

 Dino Salinas es profesor de la Facultad de Magisterio. Universitat de València

Publicado en EL PAÍS

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