jueves, 5 de abril de 2012

Invertir en ignorancia.

En tiempos de profunda crisis económica, nada como suprimir becas para dificultar -aún más- el acceso a una educación de calidad a los que menos tienen. Nada de sorprendente hay en esta medida, pues sus consecuencias elitistas y segegadoras resultan del todo coherentes con la política de acoso y derribo contra la escuela pública que, padres, profesores y alumnos, hemos venido denunciando en estos meses a través de lo que se dio en llamar como "marea verde". Lamentablemente, la marea parece que perdió parte de la fuerza de su oleaje y, de unos meses para acá, se ha conformado con asumir como normal una situación que dista -y mucho- de ser favorable. Una situación donde los alumnos son los grandes perjudicados y en la que no se apuesta por su formación, sino por su adocenamiento, en un acto de profunda miopía política que ha decidido condenar a toda una generación a una formación deficiente y, con ello, a todo a un país a perpetuarse en una crisis de la que jamás saldremos si no se invierte en educación, ciencia e I+D, todas ellas -por cierto- víctimas de los recientes presupuestos.


Entretanto, se nos distrae con declaraciones pintorescas -en eso hay que reconocer que el actual ministro, si bien no es pródigo en aciertos, sí que lo es en salidas de tono-, se insiste en el bilingüismo -olvidando e incluso relegando todo lo demás: el inglés como única bandera- y se obvian etapas tan esenciales como Primaria o Secundaria en pro del eterno debate sobre el Bachillerato, no tanto porque preocupe la calidad educativa -si así fuera se abordarían muchos de los despropósitos de la ESO actual- sino porque urge poder concertarlo y entregarlo a las manos -siempre abiertas- de la iglesia, que tantas ganas tiene de poder seguir adoctrinando -subvención pública mediante, eso sí- en esos niveles.


De este modo, mientras se insiste en lo mucho que interesa la educación y en que no se recortará en ella, se reducen drásticamente las becas -mejor que estudie solo quien pueda pagarlo, no vayamos a dar posibilidades de ascenso y promoción social a quien no haya tenido la suerte de nacer en el lugar idóneo...- y, por si acaso quedaran docentes con vocación o con ansias innovadoras, se eliminan también los fondos destinados a la formación del profesorado, de modo que no se prepare ni se forme a los educadores, con la firme convicción de que recurrir a los desgastados métodos habituales es mucho más útil que buscar nuevas propuestas pedagógicas o que apostar por un reciclaje real del cuerpo docente.


Los presupuestos confirman lo que, en esa marea verde, ya sabíamos. Que la educación, como bien dijo Aguirre, es su prioridad. Sí, por supuesto. Su prioridad es conseguir que la educación de calidad sea un reducto elitista para aquellos que puedan pagarla y, sobre todo, consiste en evitar que la escuela pública -esa misma en la que tantos nos hemos formado y a la que, personalmente, debo cuanto soy- se convierta en un posible motor social. Nada tan peligroso como fomentar espíritus libres y críticos. Nada tan rentable como alentar la mediocridad, la ignorancia y, por ende, la sumisión. En ese sentido, sus presupuestos son, cómo negarlo, todo un acierto. Y si no, al tiempo.

Fernando J. López
Profesor, novelista y dramaturgo.

Publicado en: ESO de la ESO

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